martes, 3 de marzo de 2009

Tu contacto



Abrazos. Dulces y cálidos. Caricias llenas de ternura y complicidad. Furtivas, buscadas. Caricias en medio de la noche. Abrazos llenos de tranquilidad para dormir.

Besos en la frente, en la mejilla, en la puntita de la nariz. Besos que electrizan, que te llenan la barriga de mariposas. Besos que chantajean. Que quieres más.

El roce de la piel.

Una caricia en el pelo, un hundirse en la maraña, cojerte fuerte y respirar tranquilo.

Te echo de menos.

Sueños




La cabeza la notaba embotada. Se despertó, como cada mañana. No recordaba que había soñado. Como cada mañana. La cabeza le pesaba. Era incapaz de mover el cuerpo. Intentaba mandar a su mente, pero no podía. Le costaba horrores. La cabeza le presionaba. Notaba como si tuviera todos los nubarrones de tormenta del mundo dentro de su cabeza. Intentaba recordar. Pero los recuerdos no llegaban. ¿Que había soñado? ¿Había soñado? Creía que sí. Pero de unos meses a aquí, o se pasaba semanas con pesadillas, soñando que se moría aquellos a los que más quería, soñando que los atropellaba, soñando que los degollaban delante suyo mientras era incapaz de hacer nada por ellos, o se pasaba semanas levantandose con un regusto amargo, pero sin ser capaz de recordar nada. Pero la sensación de embotamiento la tenía siempre.

Cuando lograba levantarse, le costaba despejarse. Andaba atontado durante mucho rato. Se obligaba a llevar una rutina, haciendo movimientos mecánicos, para no perder todo ese tiempo.

Se despertaba mucho por la noche, y le costaba mucho dormirse. Notaba síntomas que recordaba. Que pensaba que sabía como controlar.

Y ahora dudaba. Dudaba de todo. No sabía si era el embotamiento diario, el saber lo que le esperaba, o qué, pero aunque no quería creer, sabía como iba a acabar. Lo sabía, porque ya lo había pasado. Y creía que lo había superado. Creía. ¿O lo había superado? ¿Ahora era sólo una recaida? ¿O simplemente era que nunca había sido así, sino que simplemente lo había controlado y minimizado?

Cada vez era más frecuente el notar pinchazos aleatorios de dolor por su cuerpo. Cada vez eran más frecuentes alrededor del pecho. Y también cada vez eran más fuertes y más prolongados. Ya no se aliviaban con tan sólo presionar.

Y sin embargo, lo que él quería, era soñar... Salir de su mente, salir de su cuerpo. Soñar algo agradable, y recordarlo al despertar. Darse la vuelta por la mañana, y poder ser él el que le diera un beso de buenos días a su amante, y no perder las pocas mañanas que la tenía a su lado intentando ser capaz de convertir el muñón que era su cuerpo cada mañana, en algo operativo, algo útil. Poder abrazarla, acariciar su pelo largo y negro. Ver su dulce cara al dormir, y quedarse embobado mirandola mientras entraran los primeros rayos de sol. Simplemente mirandola. Pero hacía demasiado, para su gusto, que sólo podía mirar su dulce cara dormida bajo la luz de la ténue lámpara que usaba para leer. Para leer cosas soporíferas que le indujeran al sueño. Pero cada vez era menos capaz.



Y eso le aterraba.