"De repente, miró al cielo. Era estrellado y claro. La luna llena llenaba de luz esa noche oscura. Y una lágrima brotó de su pequeño rostro. Un deseo. Un único deseo. El único deseo que pedía esa niñita de dulce corazón era verle, verle de nuevo. Ver esos ojos que le hacían perder la cordura. Ver de nuevo esos labios que le hacían morir de deseo. Ver ese cuerpo que le quitaba el aliento. No deseaba volver a estar entre sus brazos. Sus verdes ojos sólo lloraban por su ausencia. Su dulce sonrisa se había esfumado por ese sentimiento de abandono. Tan sólo verle de nuevo, le haría recuperar esa sonrisa que perdió un día.
Ante sus amigos intentaba demostrar que era una chica valiente y fuerte, que no sufría, decidida y sin temor. Pero en realidad era únicamente una niña, una niña triste, que tan sólo pedía amor. Una niñita que lo que más temía era la soledad. Quedarse sola en la profunda noche. Hacía tiempo que esa sonrisa era una máscara. Una máscara que ocultaba su profunda tristeza.
Sin saber cómo, había llegado al lado de su querido mar. Ése que sus olas tanto le tranquilizaban. Ése que su susurro le hacía sentir reposo. Ése mar que le entendía y envolvía con su fuerza y calma. Había salido de su casa sin saber porqué. Las paredes se le echaban encima, y no soportaba el silencio de la soledad que le envolvía. Ni el ruido de la televisión ni el de la música hacía que ese silencio se amainara. Así que había salido, sin ningún rumbo, a pasear e intentar aclarar sus sentimientos. Y ahí se encontraba, sentada en la fría arena, con el viento húmedo y frío azotándola, tiritando, y solamente pensando en él.
Por su cabecita sólo pasaba una pregunta, ¿porqué? ¿Porqué había pasado todo? No encontraba respuesta. Y eso la intranquilizaba más todavía. ¿Pero porqué? Todo iba bien, hasta que de repente, todo cambió. Desconocía si era por algo que ella había hecho, o qué era lo que había causado el largo y, para ella, eterno silencio que aquel al cuál quería, se había sumido. Sentía como si ella fuera un fantasma. Era como si hubiera muerto, y ella no lo supiera, y se hubiese quedado en forma de espíritu. Ella seguía haciendo su vida, y seguía intentando que él le dijera algo. Pero Iñaki sí que sabía que había muerto, y por eso no le decía nada. Porque ella había dejado de existir. Para Iñaki, ella había muerto... Las lágrimas brotaban de nuevo de sus ojos. No podía evitarlo. ¡Pero ella no había muerto! ¿Por qué se había sumido en ese profundo y angustiante silencio?
Se levantó de la fría arena. Eran ya las cuatro de la madrugada, y pronto volverían sus compañeras de piso, y si ella no estaba, notarían que le pasaba algo. Mar y Sari eran más que sus compañeras de piso. Eran sus mejores amigas. Ellas no sabían nada de lo de Iñaki. No había querido preocuparlas. Ante sus ojos, ella estaba como siempre. Aunque ella sabía que sus dos amigas notaban que algo le pasaba, se lo seguía ocultando. No sabía porque. Suponía que quería que siguieran pensando que ella era esa chica fuerte que nunca lloraba. Aunque había ratos que lo único que quería era que ellas dos le abrazaran bien fuerte mientras ella lloraba desconsoladamente. Pero no lo hacía nunca.
Andó por las frías calles como un autómata. Se sabía las calles de memoria, no le hacía falta pensar en el camino, y eso le dejaba un rato más para ir absorta en sus pensamientos. No podía dejar de llorar, aunque lo intentaba ocultar bajo el gorro y la bufanda que le cubrían prácticamente todo el rostro. Tan sólo volver a verle... Apenas dos calles separaban sus casas, pero hacía meses que no le veía, que no escuchaba su dulce voz, que no veía esos ojos que le absorbían, que no sentía esos brazos reconfortantes rodeándola donde no le importaría morir. Tan sólo verle...
Absorta en sus pensamientos cómo iba, no vio cómo al ir a cruzar la calle casi la atropellan dos coches. Ni tan siquiera se dio cuenta, ni se inmutó. Siguió adelante en su camino de regreso a casa. Tampoco veía mucho a través de sus empañados ojos. Ambos coches se pararon en cuanto pudieron. En uno iban sus dos amigas, que volvían de la fiesta a la que se habían ido. Y en el otro... En el otro iba su querido Iñaki. Iñaki salió del coche, corriendo. Al salir del coche, sus amigas vieron como él corría hacía ella. Así que decidieron no ir. Aunque no se lo hubiera querido explicar, sabían perfectamente que le pasaba. Eran demasiados años de amistad.
Ella seguía tiritando y andando. Su llanto era mudo, pero era cómo si ese llanto la hubiera vuelto sorda y ciega. No oía como Iñaki la iba llamando a lo lejos mientras corría tras ella. Cuando estuvo detrás de ella, la cogió por el brazo y le susurró dulcemente su nombre. “Aura, ¿qué te pasa? ¡Casi te atropello y ni te has dado cuenta!”. El llanto también la había dejado muda, pues no supo decir ni un triste sonido. Sus verdes ojos empañados se enormecieron, pero ni podía dejar de llorar, ahora aún menos, ni sabía que decir. ¡Todavía sabía que existía! ¡Para él no había muerto! Eso le hacía muy feliz. Además, su deseo se había cumplido. Al fin, lo había vuelto a ver. Él, la abrazó bien fuerte, la estrechó entre esos brazos que tanto la tranquilizaban. “¡Pero estás tonta! – Le iba susurrando al oído- ¡Pero que no ves que si no hubiese sido yo puede que te hubieses matado!” “¿Y qué?”, fue lo único que se logró decir. “¡¿Cómo que “¿Y qué?”?!- Le dijo a la vez que la separaba de él y la penetraba con sus ojos- ¡Aura! ¡Pero que te pasa!” Ella, agachó la cabeza, y le susurró, “¿Y a ti que más te da si me hubiese matado? Total, durante cuatro meses es como si para ti hubiese muerto. Asi que... ¿Y qué?”. De golpe, esos cálidos ojos que durante tiempo tanto había añorado, se volvieron fríos cómo el hielo al oír esa acusación. No era una acusación. Tan sólo era pedir una explicación. La explicación de porque había ocurrido todo. La explicación que llevaba cuatro meses comiéndola por dentro. Una explicación que sabía que ella necesitaba, pero que nunca había tenido el valor de afrontarla y darla. Pero de la que ahora no podía huir más. “Aura, te conozco desde bien pequeña. Siempre te he cuidado, he intentado que no te pasara nada ni nadie te hiciera daño. Y eso ha a hecho que te conozca muy bien. Sé cómo eres a la perfección. Y creía que si intentaba continuar la situación en la que estábamos sería aprovecharme de ti y tu situación. Sabía que estabas mal. Y no quería aprovecharme de ti y después hacerte más daño”. “Genial, me encanta, Iñaki – Le dijo ella, muy seria. Al fin, después de toda la noche, había logrado dejar de llorar- Me acabas de demostrar que eres incapaz de ver que con tu actitud me has hecho mucho más daño del que en un año y medio me llegó a hacer aquel por el que tú tanto me ayudaste... ¿Así que crees que con tu actitud no me has hecho daño? Siempre me has comprendido a la perfección. Siempre has sabido exactamente que es lo que sentía en cada momento. Y siempre me has sabido dar los mejores consejos. Pero cuando eran respecto a ti, nunca has comprendido lo que te quise decir. No has entendido nada de lo que te dije en su momento. Nada en absoluto. Me lo demostraste con tu actitud y me lo acabas de demostrar con tu explicación. Que sepas que eso no me sirve como excusa” “Sí que lo sabía. Pero nunca lograba reunir el valor suficiente para afrontar esta situación. Precisamente por eso, porque te quiero mucho, y sabía que esto te iba a hacer daño” “¿Ves como no has entendido nada? No es la explicación lo que me ha hecho daño. Lo que me ha hecho daño es el sentirme completamente ignorada durante cuatro meses. Sin saber porqué. Pasar de vernos cada día, cada puto día, a no saber nada de ti, a que no contestes a mis mensajes, a que no me cojas las llamadas... Todo sin ni una puta ni jodida explicación. La explicación es lo de menos. Te confesé mis sentimientos. Sabías que llevaba muchos años enamorada de ti. Y te pedí por favor que eso no cambiara las cosas como estaban. Me prometiste y me juraste que no seria así. Y acto seguido, se te traga la tierra. ¿Bonito? En absoluto, te lo aseguro. Nuestras casas están separadas por dos calles. Y ni tan siquiera con eso. Eso es lo que me duele. Y eso es lo que me ha hecho tanto daño. ¿Lo comprendes ahora? No, nunca llegarás a entender lo que yo he pasado cuatro meses.” ¿Pero que había hecho? En parte le había dicho, sacando el valor de no sabía todavía de donde, lo que sentía. ¿Pero como podía haberle dicho todo eso? ¿Cómo le había podido decir eso a Iñaki?. Iñaki se quedó parado. No sabía que decir ni como contestar. Entendía las palabras de Aura, y ahora lograba entender todo el daño que le había hecho. Aura no sabía si quedarse ahí y escuchar una contestación a todo lo que le había dicho. No sabía si quería escuchar la respuesta. Pero después de estar esperándola durante cuatro meses, ahora debía oírla. Sabía que aunque le doliera la respuesta, la quería escuchar. Más que querer, sabía que la debía escuchar. No sabía cuando volvería a tener una oportunidad como ésta. Puede que tardara mucho en volver a tenerla. “Ya está” dijo Iñaki. “Al fin lo has soltado. No te engañes. No era sólo la explicación lo que querías de mí. Era poder desahogarte y decirme todo esto. ¿Verdad?” Dijo con una sonrisa en los labios. Era una sonrisa sincera, tranquilizadora... Aura se quedó perpleja. ¿Cómo había dicho? Pero se paró a pensar un momento. Sí, era cierto. Llevaba meses queriendo saber el porqué de todo lo ocurrido. Pero cada vez tenía más ganas de decirle todo esto a Iñaki. “¿Y me equivoco mucho o si no hubiese ocurrido una situación así, no me lo habrías dicho nunca y te lo hubieras callado. Habrías intentado seguir como si nada hubiese pasado? Creo que no me equivoco, ¿verdad?” Agghh, cómo odiaba una situación así. Tenía razón. Toda la razón. “Pues si tan bien me conoces, y sabías que pasaría esto, ¿por qué has forzado la situación así?” Aura ya no sabía que era lo que sentía. Por un lado estaba hablando con el que le gustaba sobre sus sentimientos. Por otro, estaba hablando con un amigo sobre todo lo que había pasado. Y por el otro estaba furiosa. Porque sabía que todo lo que le estaba diciendo era verdad. Sí, necesitaba desahogarse, y él era el único que sabía hacerla soltar todo lo que llevaba dentro. Y esos ojos que le miraban fijamente. Que le miraban... “Anda, ve y acuéstate. Es tarde, y estás helada. Te has ido a pensar delante del mar, ¿verdad? Sólo a ti se te podría ocurrir. Tranquila, mañana por la mañana quedamos y te daré todas las explicaciones que quieras. Todas sin excepción. Pero ahora descansa, que es lo que más necesitas. Vamos, te acompaño a casa. No quiero que te pase nada.” La rodeó con un brazo, y le acompañó por el corto trayecto que quedaba hasta su casa. El mismo que nunca le había dejado recorrer sola, porque era muy oscuro. Ella no podía dejar de tiritar, y él le iba fregando en el brazo y en la espalda para que entrara en calor. Pese a todo, la seguía cuidando. Y llegaron hasta su casa. “Buenas noches, Aura, descansa, y mañana cuando te despiertes llámame y despiértame. Te prometo que esta vez te cogeré la llamada, y almorzamos juntos, todo el tiempo que haga falta, y te lo explicaré todo.” Le dijo sonriendo, como siempre hacía. “Buenas noches, Iñaki”. Y se fue a dormir, al fin sonriendo. Por fin después de cuatro meses lograría descansar, porque sabía, al fin después de cuatro meses, que sus preguntas obtendrían respuesta."
No hay comentarios:
Publicar un comentario