martes, 20 de noviembre de 2007

Y la niña miró el acantilado


Al borde, en el preciso borde, la niña se sentó. Le tentaba, y le llamaba...
Oia al viento silbar en su oreja, mientras jugaba con su pelo, oia como las olas le susurraban su canción, con su dulce vaivén en su juego con él... Porque era el acantilado... Con su verde donde sentarse, con su roca a la que apoyarse, lo que le llamaba hasta su borde...

Se sentaba donde él caía en picado hacia el mar, colgaba sus juguetonas piernecitas, y se dejaba llevar. Se dejaba hipnotizar por su melodia. A veces, incluso, se atrevía a levantarse, para que le abrazara y le llevara hasta el borde, hasta el filo... Pero el acantilado, nunca la dejaba caer. La abrazaba, la mecía, la mimaba...

Y ella... Se dejaba amar por el acantilado...

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